Nota de: José Cueli
Señores nuestros, muy
estimados señores:/ Habéis padecido trabajos para llegar a esta tierra./ Aquí
ante vosotros,/ os contemplamos, nosotros gente ignorante.../ Y ahora ¿qué es
lo que diremos?/ ¿qué es lo que debemos dirigir a/ vuestros oídos?/ ¿Somos
acaso algo?/ Somos tan sólo gente vulgar.../ Por medio del intérprete
respondemos,/ devolvemos el aliento y la palabra/ del señor del cerca y del
junto./ Por razón de él, nos arriesgamos/ por esto nos metemos en peligro.../
Tal vez a nuestra perdición, tal vez a nuestra destrucción/ es sólo adonde seremos
llevados./ (Mas) ¿a dónde deberemos ir aún?/ Somos gente vulgar,/ somos
perecederos, somos mortales,/ déjennos pues ya morir,/ déjennos ya perecer/
puesto que ya nuestros dioses han muerto,/ (pero) Tranquilícese nuestro corazón
y vuestra carne,/ ¡Señores nuestros!/ porque romperemos un poco,/ ahora un
poquito abriremos/ el secreto, el arca del Señor, nuestro (dios).
Dos culturas: una que mira
hacia adentro y encuentra una razón filosófica de la existencia en la flor
y canto. Y otra que mira hacia afuera y el dinero. Para una la verdad es el
hombre, para la otra el mito, sea española, francesa, estadunidense o la de los
nuevos mexicanos herederos de esas culturas. Expresadas en el color de la piel;
morena o blanca. Culturas que vinieron a las Indias con espíritu de
cruzada y de rapiña. La cruz en alto y la bolsa vacía llenas de codicia de
riqueza y de almas(Sánchez Albornoz, Buenos Aires 1943 y León-Portilla
traductor de la argumentación indígena al impacto hispánico, citados por mi
maestro Santiago Ramírez Motivaciones sicológicas del mexicano, Siglo
XXI).
La historia de México,
además de la herida trágica constitutiva común a toda la humanidad, es
portadora de otras dos penetrantes heridas: la colonización y la pérdida de la
lengua. Heridas que aún hoy arrastran y se patentizan, particularmente, en las
poblaciones de marginados que viven en extrema pobreza, alienados, excluidos,
silenciados, desterrados de sí mismos, con un mundo interno caótico que se
confunde con la realidad exterior.
Viven al margen del lenguaje
oficial. Sus fallas severas en la capacidad de simbolización se agrava aún más
al no compartir la simbología de los citadinos, tan distinta de la que tiene la
gente del campo de donde son expulsados por la miseria y acuden al espejismo de
la ciudad para ser sometidos por la violencia del lenguaje o el lenguaje de la
violencia.
Violentados por la pérdida
del lenguaje, el campesino mexicano se asemeja al descrito en el texto
derridiano: El campesino no esperaba encontrar tantas dificultades; creía que
la ley debería ser accesible a todo el mundo y en todo momento, pero cuando
miró con más detenimiento al guardián, enfundado en su abrigo de pieles, el
ornamento piloso artificial, el de la ciudad y el de la ley, resolvió que lo
mejor sería esperar hasta que tuviera permiso de entrar. Mas el hombre se
decide, se decide a no decidir, aplaza, retrasa, posterga y se aliena cada vez
más.
Paráfrasis de la conducta
del mexicano que inundado de duelos y pérdidas inelaborales, se instala en la
pasividad y se sume en el letargo añorando la lengua materna que surge de la
tierra madre, cuyas raíces se hunden en el terruño, brindando sensación de
pertenencia, que hermana con el sol y con el agua, con la sangre y la
tradición; tejiendo con mil hebras simbologías milenarias que arraigan en el
cuerpo de la palabra y en la palabra del cuerpo. Lengua natal que es gesto y
susurro, quejido y quimera.
Ésta ha sido nuestra gran
pérdida. Y a ésta se han agregado otras más. Perdimos nuestra lengua y la
mínima evocación de alguna raíz náhuatl nos profundiza la escisión.
Nuestros mitos fueron
arrancados de raíz y andamos como espectros sin historia, llorando por los
hijos no nombrados. Clamamos a los dioses antiguos, mutilados, lacerados en el
rodar escaleras abajo de los templos para sumirse en una honda negrura. No
llegan las plegarias de los mexicanos silenciados, que han perdido la voz y
sólo conservan el grito y el sollozo. Pero ya no se sabe quién grita ni si el
grito proviene de dentro o de afuera y así la realidad se confunde entre
susurros, murmullos, plegarias, lamentos, silencios, oscuridad, túnel del
tiempo, agujero negro.
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